En el libro II de sus Diálogos, el papa san Gregorio Magno (540-604) relata cómo un joven que estudiaba en Roma a finales del siglo V d.C., oyó la voz del Señor. Entonces, dejándolo todo, siguió a Cristo, e imitando a los antiguos monjes fue a vivir con Dios en la soledad de una cueva de Subiaco. Este joven, llamado Benito, nació hacia el año 480 en Nursia. Su hermana Escolástica había sido consagrada a Dios desde su infancia. Al cabo de tres años de vida solitaria, Benito decidió compartir el don recibido con otros jóvenes que se acercaban a él, y funda entonces en Subiaco varios monasterios. Basándose en el Evangelio, en la sabiduría de los antiguos monjes y en su propia experiencia, organiza y dirige la vida monástica de estos monasterios. Hacia el año 529, se traslada a Montecasino donde funda un nuevo monasterio, en el cual residirá hasta su muerte. Allí ejerce gran influencia en sus discípulos y sobre toda la región vecina. Es allí también donde escribe una Regla para monjes, que con el tiempo llegaría a ser la Santa Regla, norma de vida para el monacato cristiano occidental.
Esta Regla, escrita para cenobitas, es decir, monjes que viven en comunidad, consta de un Prólogo y 73 capítulos.
En ella está admirablemente sintetizada toda la tradición monástica. La Regla ordena toda la vida de los monjes(as), orientándola hacia la oración, encuentro personal e íntimo con Dios. En el último capítulo de su Regla, San Benito nos muestra el alcance de la misma: "mínima regla de iniciación", que es, sin embargo, un instrumento poderoso para transformar los corazones, imitando a Cristo y agradando a Dios, y que lleva a quienes la practican fielmente a las puertas del encuentro amoroso con Dios.
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